Esta mañana ha amanecido particularmente silenciosa. Me he despertado y he detenido el disco duro que tengo como cerebro. Una de sus tareas programadas es escanear problemas a primera hora del día, hoy me he dicho que no, los problemas para mañana. Ahora mientras escribo mi hija pequeña juega con la nitendo a la par que ve en la televisión una película donde el gordinflón semialcoholico vestido de rojo juega a hacer milagros. Mi otra hija duerme y mi mujer también.
Me apetece dar un largo paseo por las calles semivacías protegiéndome de la lluvia con la gabardina y el paraguas. Cuando voy a salir me piden que les prepare el desayuno. Olor a café recién hecho, a tostadas, a Cola Cao. Iba a comprar el periódico y me doy cuenta de que hoy no hay periódicos. Por un momento se me viene a la cabeza la imagen de una persona de la que debería acordarme menos. En fin un día mas de navidad.
Piso por las calles ramas caídas de los árboles por el temporal. La ciudad esta adormecida, sumida en un silencio nocturno a pesar de que hace rato que dieron las diez. Parezco un explorador en un planeta abandonado. Una finisima lluvia me acompaña. Veo un tren con cuatro o cinco pasajeros deshubicados y un coche, con gente vestida de fiesta, atravesar charcos tan grandes como lagunas.
Paso por delante del ciber de un hindú en un local cercano a mi casa. Durante todo el año ha mantenido dos arboles de navidad como decoración en la puerta, sin duda despistado con las fiestas ajenas. Es lo único que está abierto pero no pone cafés, tan solo latas de Coca cola y Fanta. Me saluda con afecto. Me parece observar en su cara una cierta perplejidad por la poca vida que tiene el barrio hoy. No sé si también se preguntara el porqué del éxito de su adorno en el último mes.
Me gustó tu relato, Antonio, de la mañana de Navidad.
ResponderEliminarUn abrazo,
Alejandro.
Que bonito relato... Es verdad, la mañana de Navidad todo parece detenerse y quedarse desierto.
ResponderEliminar¡Feliz Año Nuevo!